Io

Io

jueves, 22 de octubre de 2020

– Once minutos en el infierno –

¿Inmortalidad?
 Nunca creí que en ella pero cada vez que veía ese tatuaje; esos extraños símbolos que me dibujó ella bajo las luces de las velas… cada vez que lo veía, no hacía más que preguntarme en mis adentros; ¿Y si realmente funciona? ¿Pude alguien engañar a la Muerte? 
Aunque lo mío era pura curiosidad, jamás depositaría mi esperanza y fe en un bonito tattoo de origen indígena. 

 Repentinamente oí su voz, tocando la puerta de mi departamento e inmediatamente alcé la voz para decir que estaba abierta. Siempre fue la buena para nada que conocí en una noche de bar, jamás dejaría de serlo ni aunque pasaran mil años. Y yo tan enfermo por sonreír cada vez que me rondaba con esos ojos de gatita. 
Ambos sabíamos que no debíamos, pero a ella no le importaba, siempre que podía la jodía, y yo no dejaba pasar cada ocasión de tenerla pese a que un maldito anillo se nos interponía, parecía que sólo en otra vida ella y yo estaríamos juntos sin tener que desviar constantemente la mirada a los relojes para ver si aún nos quedaba tiempo. 

Entró en mi departamento con ese vestidito negro que tanto escote sabía dar, lanzando su cartera al suelo a escasos centímetros de mis pies, sin saludos, sin abrazos ni miradas, ella era así. Se dirigió hacia el ventanal , quise ver su rostro pero como afuera atardecía, la luz naranja del sol le daba en la espalda y no hacía sino oscurecer tanto el rostro como el cuerpo. 
Y entonces, mientras yo estaba echado en el sofá, contemplando su silueta oscura, pronunció las palabras que jamás quería escuchar; – No podremos volver a vernos.

 – ¿Y eso? – respondí intentando verle el rostro – ¿ahora te vas a poner puritana? ¡Por favor! Van dos años que estás con él y nunca dejaste de visitarme… 
– ¿Puritana? No es por eso, Juan – dijo acercándose con una copa en mano, por fin pude contemplar sus ojos de gatita, amansados, casi tristes – iré con él a vivir en… 
– Ni me lo digas – interrumpí –
 – Consiguió el trabajo  por el que tanto se esforzó, ambos lo hablamos y concluimos que lo mejor sería mudarnos allí, crecer… tener una familia. 
– Familia… te conozco, ¿planes de familia?… te conozco más que él, ésa no eres tú. 

Sin hacerme caso, bebió de la copa. 
Jugó luego con su anillo, con unos giros lo retiró del dedo para ponerlo dentro la copa. 
Ahí íbamos de nuevo, otra vez pecaríamos y nos reiríamos de sus promesas matrimoniales. 

– Entonces viniste para darme tu último adiós – dije mientras ella se retiraba los tacos altos para lanzarlos por el alfombrado. 
– Mmm… no, no me gustan las despedidas – respondió acercándose, arrodillándose ante mí, dándome la espalda para que yo pudiera bajarle el cierre del vestido negro. 
– Entonces viniste por una última noche – le susurré al tiempo en que el cierre bajaba y bajaba. 
– Casi acertaste, corazón. Hoy vine por… la mejor noche. Se levantó, imponente, infinitamente alta ante mí con tan sólo una tanga negra cubriendo el objeto de mis deseos.


Tres años atrás era el hombre más desgraciado, una depresión horrible me perseguía, pero todo terminó cuando conocí a Sa en una noche en el bar. Por eso ella representaba algo más que una mujer amante, casi mi salvación, una noche con ella me libró los años de sufrimiento que cargaba… 
¡Cómo me enfermaba esa sensación quemándome las entrañas, tenerla y saber que pronto no estaría conmigo! ¡No otra vez! ¿¡Primero mi ex novia y ahora ella!? 
Tal vez en otra vida encontraría goce y prosperidad porque en la actual todo parecía ser un castigo tras otro, tal vez… ¡tal vez en otra vida! 

– Ese tattoo… ¿qué significaba? – pregunté levantándome, acercándome a la copa que contenía su anillo. 
– ¿Ya lo olvidaste? Qué vergüenza… si tú tienes el mismo en el brazo. 
– Sí, cómo olvidar la tarde en que me lo dibujaste a las luces de las velas. 
– Dicen que es una burla a la muerte… casi como una fórmula de inmortalidad. 
– Ya recuerdo, quienes tengan estos dibujitos se reencontrarán en otra vida, ¿no? Sí, recuerdo que me reí bonito al oír eso… ¿a cuántos se los has hecho?
– ¡No te burles! Parte del mito es que, cuando una mujer recibe el tatuaje, ella podrá dibujárselo sólo a una persona más… y yo te elegí a ti. 
– Qué bonito gesto, preciosa, pero a mí no me van esos cuentitos 


Once minutos, once minutos de sexo obsceno en mi departamento.
Fueron mis últimos once minutos con ella.


 ¿Por eso no te gusta despedirte? Porque sabes que volverás, ¿no?
– Y tú siempre serás el pervertido que me miraba con una sonrisa bonita… Si te dijera… estuve a punto, pero a punto de dejarlo por ti… ¡pero él habló de tener una familia, Juan!, una parte de mí desea abandonarlo y vivir contigo, pero la otra parte… la otra parte quiere… enmendar mis malos actos para comenzar una vida decente. 
– Pues bien, despídete, preciosa. Si te vas para siempre, al menos despídete, mírate, tan fría… 
– ¿Despedirme? ¿Qué sentido tiene despedirse de alguien a quien tarde o temprano volveré a ver? 
– ¿¡Pero qué!? 
– Nos encontraremos en otra vida, de eso estoy segura – dijo secándose unas repentinas lágrimas – Sólo asegúrate de buscarme en un bar donde pasen buena música, como Alfonsina y el bar… te estaré esperando con esa misma mirada que tanto te fascina… y yo te reconoceré por esa sonrisa que tienes. 
– Genial, te me volviste loca.
 – ¿Recuerdas el tattoo que te hice? ¡No son sólo bonitos símbolos con contenidos vacíos o sin sentido! Te lo dije, es una burla a la mismísima Muerte, un sacrilegio casi… y cuando te digo que en otra vida nos encontraremos, será así. Así que… ¿ qué sentido tiene despedirme, corazón? 

Y se fue tras la puerta, dejándome caer de rodillas e inconsolable, dedicándome esos ojos de gatita que parecían a punto de llorar… sólo me dio una última mirada y un extraño adiós. 

Creyó que fueron los mejores minutos de mi vida al darme lo que siempre le rogué, pero sólo me regaló el peor infierno. ¡Juraría que había un millón de años entre ambos!, entre mis deseos y mis realidades. ¿De qué me sirvieron esos once minutos de sexo delicioso si yo sólo pensaba que jamás volvería a tener ese inmenso placer carnal con ella? Once minutos entre el placer más grato y el dolor más cruel… 

Juraría que el tiempo en que uno toca el cielo con la punta de los dedos para caer y morir desangrado contra el suelo del infierno… es de once minutos exactos. Y todo sucedió sin adioses, sin despedidas melancólicas, sólo dos, tres, cuatro lágrimas y un abrazo final. Otra muerte más en mi haber. 
Once minutos en el infierno, y cada segundo me supo a tu nombre, tu cuerpo y todo lo que representas para mí. ¿Acaso esperábamos un final feliz? Como mucho me queda la vaga esperanza de que en otro tiempo nos conoceremos de nuevo en una ocasión más propicia, sin anillos de por medio. Miré el tatto de mi brazo… ¿realmente nos reencontraríamos en otra vida?, ¿realmente nos burlarnos de la mismísima Muerte sólo por un mito impreso en un tatuaje? Lo último que perderé será mi esperanza y mi fe, y todas las depositaré en los sacrilegios que dibujaste en mi brazo. Hasta otra vida entonces, preciosa, con suerte allí encontraremos un final feliz.




No hay comentarios: