Io

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domingo, 31 de mayo de 2020

Me ha besado una mariposa.

Sábado noche. Gente, bullicio, calor en los bares, humo, un B aileys de sabor especial, acompañamientos a casa, y la soledad hasta mi propio hogar.

Un trocito, apenas 500 metros. Aire frío... Siento la tentación de desabrochar por completo la camisa. No hay nadie, no hay vergüenzas. Procedo. Incluso la retiro hacia atrás, mostrando desafiante mis hombros al mundo. La sensación es mágica...

Me acerco a un túnel sobre el que pasa la vía del tren. Mi mente tortuosa vuelve a repetirme la escena: una mano juguetona en mi pecho, perdiéndose entre el vello, una boca que sube desde la raíz del cuello hasta la oreja izquierda...

Algo me interrumpe. A pocos pasos veo una forma acercándose, una mariposa, parece. Es muy grande, tal vez 6 ó 7 centímetros de envergadura. Vuela, como todas, agitando furiosamente las delicadas alas y en direcciones variopintas; pero hacia mí. Me desplazo a la izquierda para no interrumpir al insecto. A pesar de la oscuridad del túnel distingo un tono marrón en las alas. No quisiera destrozar semejante obra de arte.

Pero fue inevitable. Los giros festivos de la mariposa le guiaron hasta mí, y se estrelló, con asombrosa precisión, contra mis labios. Me ha besado una mariposa.


Continúa su vuelo y yo mi camino, con una sonrisa nueva.



Damas, caballeros, me voy a la cama. Propicios días.

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