Io

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viernes, 6 de enero de 2017

Leonardino, el cuervo, se presenta.


En el sitio más encumbrado del macizo promontorio que separa Verona de Trento... sobre el último peñón que destaca del collar de morros que corona la cima del monte Veldo, tan quieto como la roca donde se posaba... el perfil de un cuervo se recortaba contra el confín crepuscular, cuyo epicentro dorado no parecía venir del sol -aun virtual-, sino de la misma dorada Venecia.
Como si el fundamente de aquella bóveda de luz fuera el de las remotas cúpulas bizantinas de la catedral de San Marco.
Era el crepúsculo que antecede al día...
El cuervo estaba esperando.
Tenía paciencia...
Y tenia, como siempre, un hambre voraz pero no perentoria.
Su dominio era toda Venecia y, más allá, Vicenza, y también la Venecia Julia.
Pero su paradero estaba en Padua

Abajo todo se hallaba dispuesto para la fiesta de San Teodorico...la “Festa di Tori”.
Después del mediodía, la multitud...entre trago y trago, habría de manear 5 o 6 bueyes que...uno a uno y tomados de las astas por otras mujeres, serían degollados de un único y exacto golpe de sable.
Se diría que el cuervo sabía que así habría ser. Olía por anticipado el olor que más le gustaba.
Pero sabía también, que, con fortuna apenas si podría rapiñar una miserable tripa o un ojo, que tendría que disputar a los perros.
No valía la pena ni el viaje ni el riesgo, ni el esfuerzo.

Aun no se había movido.
Tenía la paciencia de los cuervos.
Hubiera podido esperar a que los autómatas de la torre del reloj golpearan la última campanada cuando como todas las mañanas, desde el canal grande apareciera la barcaza publica que pasaba a recoger los cadáveres del hospital hasta la isla del cementerio.
Pero tampoco valdría la pena, con suerte podría arrebatar un jirón de carne mala, demasiado magra y ya diezmada por la peste.

Giró sobre sus patas y miro hacia el lado opuesto-el este-, donde estaba su morada.
Allí estaba su amo.

Entonces remontó vuelo a Padua...

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