Io

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jueves, 20 de agosto de 2015

Recuerdos de medianoche.

No me entonen canciones a la luz del día Porque el sol es enemigo de los amantes. En cambio canten alas sombras y las tinieblas Y a los recuerdos de la medianoche. (SAFO)





El trayecto a la casa de veraneo le significó una hora de tiempo y veinte años de recuerdos. Tenía tantas cosas para pensar, tanto que recordar. Costa, joven y buen mozo, diciendo: Te han enviado de los cielos para enseñarnos a los mortales lo que es la belleza. Imposible elogiarte demasiado. Cualquier cosa que yo diga no te haría justicia... Los viajes maravillosos en su yate y las idílicas vacaciones en Psara... Las veces en que de día le llegaban regalos de sorpresa, y de noche hacían el amor desenfrenadamente. Después, el aborto espontáneo, las numerosas amantes, el asunto de Noelle Page. Las palizas y las humillaciones en público. Monnareemou! No tienes nada por qué vivir, había dicho. ¿Por qué no te matas? Y por último, la amenaza de aniquilar a Spyros. Eso fue lo que a Melina le resultó imposible de soportar. Llegó a la casa de la playa, que se hallaba desierta. El cielo estaba nublado, y un viento frío soplaba desde el mar. Un presagio, pensó. Entró en la casa cómoda y simpática, y paseó la mirada alrededor por última vez. Después empezó a tirar los muebles y destrozar lámparas. Hizo jirones un vestido suyo y lo dejó caer al piso, Colocó la tarjeta de la agencia de detectives sobre una mesa. Levantó la alfombra y escondió debajo el botón dorado. Luego se arrancó el reloj que le había regalado Costa y lo golpeó contra la mesa. Tomó el pantalón de baño del marido que había traído desde su casa y lo llevó a la playa. Lo mojó en el agua y regresó. Por último, quedaba una sola cosa por hacer. 
Ya es hora, se dijo. 
Respiró hondo, tomó el cuchillo de carnicero y lo desenvolvió lentamente para no romper el papel de seda en que traía envuelto el mango. Ése era el momento crucial. Tenía que clavarse el cuchillo lo suficientemente hondo como para que pareciera un homicidio, y al mismo tiempo tener fuerzas como para llevar a cabo la última parte del plan. Cerró los ojos y se lo clavó hondo, en el costado. Le dolió inmensamente y empezó a manar la sangre. Sostuvo el pantalón de baño húmedo contra la herida, y cuando estuvo bien manchado, lo guardó en el fondo de un placard. Empezaba a sentirse mareada. Miró en derredor para asegurarse de que no se había olvidado de nada; luego caminó a los tumbos hasta la puerta que daba al mar, dejando un reguero de manchas rojas en la alfombra. Avanzó en dirección al mar. La herida sangraba profusamente. Pensó: No voy a poder hacerlo. Costa va a ganar. No debo permitírselo. El trayecto le resultó interminable. Un paso más, un paso más... Siguió caminando, luchando contra el mareo que la dominaba. La vista comenzaba a nublársele. Cayó de rodillas. No debo detenerme ahora. Se levantó y continuó, hasta que sintió el agua fría en los pies. Cuando el agua salobre le llegó a la herida, dio un grito de dolor. Lo hago por Spyros, pensó. Mi hermano querido. Alcanzó a divisar a lo lejos una nube baja, sobre el horizonte, y comenzó a nadar hacia allá, dejando una estela de sangre. Entonces sucedió un milagro. La nube bajó hasta ella, y pudo sentir la blanca suavidad que la envolvía, la acariciaba. Ya no experimentaba dolor sino una maravillosa sensación de paz. Voy a casa, pensó, feliz. Por fin vuelvo a casa.






(Sidney Sheldon)

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